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julio 23, 2018
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El embajador
de la República Dominicana ante la Santa Sede, Víctor Manuel Grimaldi Céspedes,
denunció ayer que existe un propósito planificado de “intereses egoístas
locales y transnacionales” para producir desórdenes en el país a partir del mes
de agosto venidero.
La información
fue publicada por el periódico LISTÍN DIARIO, quien señala que Grimaldi ofrece
los conceptos en carta enviada a la dirección del diario.
A
continuación la publicación de la información
En una carta
enviada a LISTÍN DIARIO, Grimaldi sostuvo que el plan de desestabilización en contra de la
nación son similares a los ocurridos en varios países de América Latina, que
pretende presionar el desplazamiento del poder al gobierno del presidente
Danilo Medina.
“La
consecuencia ulterior de estas insanas maniobras”, apuntó Grimaldi, “será el
caos y retrotraer al desorden la sociedad y el Estado dominicano, y romper un
sistema democrático que con algunas deficiencias ha funcionado después de que
en 1961 desapareció la dictadura de Rafael Trujillo y el país fue invadido por
42,000 (cuarenta y dos mil) soldados del Ejército de los Estados Unidos en 1965
provocando el descrédito del sistema jurídico latinoamericano apoyado en la
OEA”.
Además,
Grimaldi dijo que hay rumores apuntando a que “detrás de estos malos propósitos
están ciertos poderes supranacionales que aprovecharán esa situación para
desplazar hacia el territorio dominicano a millones de haitianos para darle una
salida a la crisis de ese país, después que la presencia de Naciones Unidas y
la intervención militar estadounidense de 1994 y 2004 nada han podido resolver
en Haití”. Por tal razón, agregó el embajador, la Comunidad Internacional debe
tomar conciencia de que el pueblo dominicano no aceptará cargar con la crisis
de Haití.
“Como
tampoco lo aceptan otros países latinoamericanos que empiezan a comprender lo
que es estar saturados de inmigrantes procedentes de Haití”, señaló.
También
formuló un llamamiento a las fuerzas políticas nacionales a poner por encima de
sus ambiciones el sano destino de la soberanía como pueblo, nación y Estado,
así como al partido de gobierno a que se prepare también “a sufrir las
consecuencias por la insensatez del faccionalismo que lo invade”.
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