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miércoles, 5 de abril de 2023

ASPECTO SACERDOTAL DEL SIERVO DE YAHVÉ.-

 


Hoy contemplamos en la celebración de la palabra en la Eucaristía el Tercer Canto del Siervo de Yahvé. El lunes veíamos al profeta que de su boca sale una palabra que salva como lo hizo con la mujer samaritana y en Betania a María haciendo que se acerquen hasta el monte de las balsameras (Cant 8,14), al jardín donde los compañeros del novio están escuchando (cfr. Cant 8,13). 

Seguimos con el martes donde así como la unción de Betania tiene que ver con la mujer samaritana invitando con estas palabras amar a Dios con el corazón aquí vemos que el ciego de nacimiento es una invitación a amar a Dios con toda la mente porque Jesús, sentado a la mesa con sus discípulos, sabía cómo libraba la batalla con las fuerzas del mal cuando todos los discípulos estaban ciegos y hasta llega Pedro a Decir que iba a dar su vida por él. Mientras se está en las tinieblas no se obra bien, no se ha podido entrar en el Reino que Cristo está instituyendo. 

Hoy, miércoles, vemos a Jesús, sumo sacerdote, desplegando su ritual. En este día, en la Parroquia Ntra. Sra. del Carmen sale la procesión de Jesús Nazareno con la cruz a cuesta. En esta procesión se ve a Jesús como sacerdote. Ahí vemos lo que vio Abrahán en su hijo atado en el Monte Moria. Jesús va a hacer el sacrificio y para hacer el sacrificio el es consciente por lo ha dicho: "Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser" (Sal 40,7-9). ¿Y qué dice el Libro, qué dice la Ley? La Ley dice varias cosas: "El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban" (Is 50,6a). Para ofrecerle el culto a Dios hay que tener el oído abierto para saber lo que Dios quiere. Siempre que se habla del oído está en relación con el escucha y siempre se pronuncia esta palabra: amarás el Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerza (cfr. Dt 6,4). Ofrecer las espaldas es amar a Dios con toda la fuerzas. No podemos nunca olvidar que el corazón de la ley es el amor. 

Luego sigue dicuendo: "Ofrecí mi cara a los que mesaban mi barba. Y no hurté mi rostro a insultos y salivazos" (Is 50,6bc). Dejar que mesen, es decir, le arranquen o le estrujen la barba con las manos es menospreciar la sabiduría y experiencia de alguien. Ya un joven que tiene barba es un hombre maduro y hacer esto es una humillación porque no se le cree capaz por no tener madurez o despreciar su madurez. Ahí se ofrece la cara para amar a Dios con todas las fuerzas. No esquivar insultos ni salivazo es amar a Dios con toda la mente. No quiero tener la imagen en mi mente de tu rostro y te cubro la cara de saliva para no ver tu rostro. 

Esta es la rúbrica de este culto a Dios. Cristo, como sacerdote, tiene que moverse con precisión en el culto a Dios que se hace en espíritu y en verdad. Así deben ser los verdaderos adoradores. No podemos caer en un culto idolátrico. Esta liturgia no se hace como yo la hago. Se hace como está en el libro y lo orienta la rúbrica. Por ejemplo, cuando se consagra el pan se dice la fórmula: "El cual, cuando iba a ser entregado a su pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan, (toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue), dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:" (se inclina un poco) 'Tomás y Comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros' (muestra el pan consagrado al pueblo, lo deposita sobre la patena y lo adora haciendo genuflexión). Lo que está en cursiva es lo que se debe de decir y lo que está entre paréntesis es lo que se debe hacer. Es como lo narra el sacrificio de Abrahán el Talmud. Su hijo le dice: "Aquedah," es decir, "Átame." Átame a lo que dice el ritual para que el sacrificio, por recistirme a lo que prescribe por lo que pienso, sea anulado. El libro dice: "Aquí estoy para hacer tú voluntad. Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en mis entrañas" (cfr. Sal 40,8).

Por eso vemos en el evangelio ese ritual del sacerdote, me sorprende como Jesús trata de persuadir a Judas con estas palabras llenas de misericordia: "Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar" (Mt 26,21). Dice estas palabras usando el método que usó con la mujer samaritana. Se va metiendo poco a poco en el corazón de Judas. Luego añade: "El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar."  Todos preguntan perturbados y Jesús prosigue: "El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido" (Mt 26,23-24). Va más directo pero su mente está entenebresida por su idolatría. Su ideal de una liberación política y no pascual. Entonces el mismo Judas pregunta: "¿Soy yo acaso, Maestro?" Jesús, desconcertado responde: "Tú lo has dicho." Dios podía proveer otro que lo entregara y salvar a Judas de esa seducción del maligno pero Jesús tenía que ser fiel al Misal para destruir la fuerzas del mal y no violentar la rúbrica porque la persuacion a Judas no funcionó.

Un sacerdote es un puente que tiene la misión de acercar a los hombres a Dios. Muchas personas necesitan que se les muestre la misericordia del Padre para que puedan pasar. Pasan hiriendo y maltratando al puente. ¡Cuántas motos, carros, jeepetas, minibus, contenedores que maltratan al puente! Su misión es ser un puente entre los hombre y Dios. Simplemente se presta el servicio haciendo lo que dice el ritual. Amando a Dios en espíritu y en verdad. Jesús amó a Judas sabiendo que por él se iba a ejecutar lo que iba a dar gloria al Padre. Esta Palabra, esta Liturgia tiene que ver con la resurreción de Lázaro. Jesús ha dicho antes de llegar a la casa de Lázaro: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella" (Jn 11,4). Aquí se rompe toda idolatría.

Hermanos, como miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo seamos conscientes de este sacerdocio que nos hace partícipes de llevar esta forna de morir para que se manifieste que el está resucitado, que mientras nosotros morimos el mundo recibe la vida (2 Cor 4,16). A él, el inmortal la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

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